27 may 2009

Anemonita

- Sube las escaleras...! Uno, dos, salto; uno, dos, salto; uno, dos, ... ¡au! No vale tropezar. ¡Vuelta a empezar!
Bajó en dos zancadas los ocho escalones que había subido, y volvió a empezar:
Uno, dos, salto. Uno, dos, salto.
Llevaba el pelo azul recogido con lazos en dos enormes coletas a ambos lados de la cabeza, que se movían exageradamente con sus brincos.
- Uno, dos... ya estamos. Hermana siempre dice que el tercer escalón no se puede pisar, ¿verdad, Hermana? - sacudió violentamente a Hermana, acercándosela mucho a la cara. Hermana era un lápiz celeste con dos ojos saltones en la parte superior.
Sonó la segunda campana de la hora de la comida. Tenía que llegar antes de que sonase la tercera, de lo contrario, Hermana se enfadaría.
- ¡Ya voy! - gritó, frenética, Anemonita, y echó a correr agitando los brazos - ¡Volando!
Cruzó tres puertas, que no eran puertas sino cortinas, una tras otra, y cerró la última con un portazo.
-¡Pum!
Anemonita siempre iba así al comedor de la tercera planta del edificio tres, de la tercera calle por la izquierda nada más entrar en el tercer pueblo más pequeño del país. Anemonita, a sus trece años, tenía una cierta obsesión con el número 3. Tanta, que se había negado a cumplir más desde los nueve, para poder tener siempre 3 veces 3 años.
Hacía diez que llegó a la casa de acogida por la que ahora, junto con otra docena de niños, trotaba alegremente, camino del mostrador en el que le esturrearían un algo de comida indefinido que había de mantenerla en pie hasta la noche.
Entonces, Anemonita y su pelo azul se acostarían en una cama cubierta de mantas azules (otra de sus obsesiones. El color, no las mantas. ¿O las mantas también...?) con Hermana, a la que dejaba encargada de despertarla a la mañana siguiente.
Fosfi, su compañero de cuarto, que tenía la mala costumbre de adoptar apariencias semihumanas aleatoriamente (desde el niño-potro al niño-hueva), le preguntó un día si de verdad creía que Hermana la iba despertar. Anemonita no le respondió, sólo le miró muy ofendida. A la mañana siguiente, Fosfi se levantó aullando en su forma niño-lobezno con un lapiz con ojos clavado en el brazo. Desde ese día, Fosfi no dudó jamás de la palabra de Anemonita, que se convirtió en su ídolo particular, y amiga inseparable.
Sin embargo, aquella noche en concreto, que parecía no tener nada de particular, las cosas estaban a punto de cambiar: muy pronto Anemonita dejaría de dormir entre sus mantas azules, al lado de la cama de Fosfi, pues alguien con patas pinchudas y ojos saltones estaba a punto de descalabrarlo todo.

2 may 2009

<3





Nada más que añadir.